5.11.03

EL MUERTO DE 'EL NACIMIENTO'

A los amigos campesinos del ejido La Fortaleza, Mpio. de Tamuín, SLP. México.

¿Dónde viven los fantasmas?
¿En las profundidades del agua? ¿desde donde brota y emana hacia la superficie? ¿abajo donde está la virgen de piedra y las últimas moradas de los ahogados y los acallados por el cacique en los tiempos de su apogeo estéril?
Los fantasmas viven en nuestra memoria y en las risas de los duendes más allá de las montañas y los viejos árboles detrás de los pinales en el más elevado risco de la vieja pradera hacia la sierra, sobre el apagado balbuceo de las palomas y los zinchos. Detrás del canto del viento cuando susurra en las ramas y los árboles al anochecer. En los cascajos viejos que se retuercen en las madrugadas en los cementerios de automóviles.
El camposanto también está repleto de caminantes y viajeros sin rumbo que llevan sus recuerdos inmanentes y ontológicos arrastrando con cadenas y con jadeantes pasos que hacen crujir los vidrios y chillar a los gatos negros.
Una noche en la que caminaba ahí dentro y llevaba un gato muerto en un costal, vi claramente a un señor que estaba en la capilla y la barría mientras cantaba viejas canciones. Lo miré y vi la profundidad de sus oscuros ojos vacíos. Más adelante estaba mi siempre diligente maestra de la primaria enseñándole a una compañerita que se había quedado en el camino entonces. Adelante también estaba Gloria que no la veía desde la 'prepa'.
Luego un señor que había sido presidente municipal; lo extraño con este hombre es que no tenía luz blanca brillante en su cuerpo sino roja; no me explico por qué. En fin.
Un perro negro detuvo mi marcha y gruñía amenazador. Tuve que cambiar de rumbo y vi que el perro atrás se había desvanecido. Luego me saludó sonriente el viejo velador cuando caminaba con su vetusta lámpara de petróleo que seguramente la había usado cuando la revolución y las tropas federales de Carranza habían tomado el pueblo.
En una lápida lloraba una mujer a su hijo y a la vuelta su niño me comenzó a tirar piedras a la cabeza.
Un músico tocaba llantos de un violín solitario en la cima de una cruz de mármol. De las notas salían lágrimas y añoranzas del tiempo pasado que había sido mejor.
Los ángeles apenas si se dejan ver y andan distantes, tímidos, escondiéndose entre los árboles y las lápidas. Sus alas son tan enormes como no había podido imaginarme.
De pronto casi choco con un hombre herido que traía un cuchillo incrustado; le ofrecí mi ayuda la cual rechazó con violencia y me gritó que me ocupara de mis asuntos mientras se reincorporó siguiendo su andar cansado.
He estado buscando a la mujer de la larga cabellera que llora a sus hijos perdidos pero me dicen que anda en el río. Que llega siempre al amanecer, según.
Una sombra proyectada por la luz inquieta de una veladora proyecta un cuerpo famélico
envuelto en una sábana y en sus flacas manos lleva un güingaro y un machete:
- Ya sé quién es y mejor le saco la vuelta, pienso.
Escucho que me responde casi susurrando:
-Aunque le saques, aunque le saques...
Ni hablar.
Un joven estudiante discute con su abuelo y un hombre lamenta un antiguo engaño.
Hay también tumbas vacías y creí que eran falsas sin embargo una señorita - que había muerto de frío y de amor, tal y como la niña de Guatemala, de Martí- que pasaba a mi lado, me explicó que esas tumbas eran de ahogados o de quienes no habían encontrado nunca de alguna u otra forma. Cuando quise decirle que entendía, ésta ya había avanzado considerablemente sin haberse despedido.
Una tumba estaba abierta y había un regular montículo de tierra a un lado sobre el cual descansaba un ataúd oxidado que tenía su tapa abierta. Me acerqué con cautela y no había nada. Hacia la barda vi un esqueleto que se retorcía como si tosiera y vomitara, al verme que me acercaba corriendo ésta empezó a reír a carcajadas apoyada en una cruz, luego brincó la barda y huyó por la profundidad de la noche calle abajo.
De regreso vi a alguien familiar que hacía mucho que no veía y me aconsejó que mejor me fuera; me pidió que me cuidara. Cuando iba a decirle que me había dado gusto verlo, su ahijado vino por él y se lo llevó. Vi cómo se perdían entre las tumbas; antes de dejarlos de ver, se volvieron y me dijeron adiós.
No quería llorar y entonces seguí el consejo de irme, no sin antes ir a la campana vieja para depositar el gato negro muerto que cargo en el costal, llevándome la sorpresa de que éste, está vacío sólo con un orificio
que da la queja…
Continúo mi camino buscando a los fantasmas que me hablan en mis sueños, dándome cuenta que me había equivocado de lugar y sólo había perdido el tiempo, más no había sido en balde.
Ahora me acercaba sobre la vereda de un rancho luego de haberme desplazado afuera de la cuidad.
Iba hacia la falda de la montaña en donde había una cueva.
Antes de llegar, vi a Mefistófeles sentado.
Era enorme pues estaba sentado sobre un tronco y casi daba mi estatura.
Se encontraba meditando y estaba en medio de una densa arboleda al margen del camino.
No quise interrumpirlo y esquivé la vereda, abriendo brecha por el lado opuesto -el miedo no anda en burro-, seguí adelante y me topé con unas vacas.
Eran unas cincuenta, siendo cuidadas por un anciano y el más pequeño de sus hijos.
Me preguntaron si había visto 'al Belcebú ese' y les dije que sí.
El viejo me suplicó que me fuera pero seguí adelante sin hacerle caso hacia donde se escuchaban los tristes lamentos. Vi que las vacas no cruzaban el 'guarda-ganado', como si temieran atravesarlo.
- Ahí debajo hay gente enterrada. Dijo el amable senil vaquero.
El chico me gritó enojado que me fuera.
No respondí y seguí de nuevo. Después de un rato, llegué al origen del río, en donde está la cueva.
Los lamentos que escuchaba desde lejos y desde sueños, ya no lo eran pero me daba cuenta que provenían debajo de la tierra de este lugar. Era un ahogado llanto desgarrador acompañado de mil grillos tocando al unísono.
Eran cientos y cientos de voces. Todas mezcladas.
Había quejas lastimeras y charlas animadas sobre las cantidades de hectáreas de sus ranchos o de las miles de cabezas de ganado que poseían y heredarían a sus nietos. O de la caña que no habían logrado colocar a buen término y calculaban sus pérdidas.
También hablaban de sus amantes; otros criticaban y descalificaban. Algunos más hablaban de rebelión.
Algunos otros, sobre todo lo que habían abandonado y lamentaban en lo que se habían convertido en vida.
Una mujer lloraba mancillada pues había sido violada por unos cobardes.
Avanzando sobre los lamentos, con los ojos cerrados pues me dolía en el alma cada reproche y cada queja.
Al llegar a la orilla del río, comencé a ver que los 'Koalac', esos tímidos pececillos se convertían en personas, después en peces de nuevo y así sucesivamente.
Eran los fantasmas de los ahogados en el río, en el transcurrir del tiempo y de sus aguas incesantes hacia el mar. Vi que debajo nadaban niños, señoras y algunos tipos con el rostro amargado.
Entré a nadar y me dirigí hacia la cueva. El viento resoplaba y aullaba, mortecino y ruin.
De pronto sentí las miradas silenciosas de los habitantes de la cueva. Cientos de ellas.
Al llegar al manantial me sumergí a las profundidades:
Ahí estaba muy abajo la petrificada virgen de la cueva desde donde nace el agua; se hallaba rodeada de cadáveres convertidos en esqueletos. Estaban todos sujetados y su postura era incomoda. Me volví y miré a toda la gente ahogada nadar debajo del agua. Sonreían y después lloraban. Así sucesivamente. Había de todo.
No pude soportarlo y emergí.
Regresé a la orilla. Una vez seco miré alrededor. Había una calma total y no se escuchaba ningún ruido, como hacía unos momentos. Resultaba bastante extraño, hasta que una voz sobresalió:

-¿Qué le parece este lugar amigo?
Se trataba de un individuo extraño. Con el aspecto de sacerdote pero de una extraña religión, como aquellos de los inicios de la civilización de nuestra Historia.
- Ah, que tal; bastante bonito. También muy triste.
Respondí mientras me reponía de todo.
-¿Lo dice por los ahogados?
- Lo digo por muchas cosas. No importa. No me haga caso.
- Como quiera ¿Qué anda haciendo a estas horas? ¿No le da miedo?
- Más o menos; soy muy curioso ¿Cómo ve?
- "La curiosidad mató al gato..."
- Bueno, la mía no será la de mi muerte. Lo he visto en el reflejo del agua. Lo acabo de ver en las profundidades. Oiga, ¿Y usted qué hace por aquí?
- Bueno, es difícil de explicar, sabe
- ¿Sí?
- Aquí vivo desde hace muchos, muchos años.
- ¿Ah si? ¿Y cómo es la vida por aquí?
- Aburrida y amargada, muy amargada.
- Uh, que caray. Lo siento.
- Ya estoy acostumbrado. Peno desde hace mucho tiempo, ¿sabe?. Ando en busca de almas. Almas vacías.
Sin espíritu; de una pobreza tal que no tengan nada por qué vivir, sin ningún propósito en la vida. Cuya pobreza moral quede de manifiesto en su carácter como tal. Me alimento de esas almas, pero nunca tengo suficiente. Sólo quiero una, pero soy 'quisquilloso' y aún no encuentro el alma perfecta y ni la encontraré. Espero siempre tener un alma que tomar; así que como puede ver, no descanso nunca…

No me había dado cuenta que mientras hablábamos, nos alejábamos del río yendo hacia la salida, a la orilla de la carretera. También vi que el extraño individuo era un tipo alto, caucásico, de unos 38 años. Observé alrededor que no estaba el anciano y su hijo con las vacas. Ya se habían marchado, ni nadie más; ni siquiera la sombra negra que meditaba silenciosa entre los arboles.

-¿A quien busca? Preguntó el cazador de almas perdidas que había tomado por sacerdote antiguo.
- A nadie. Respondí.
- ¿A esos malditos, verdad? No se preocupe, ya se han ido todos. Lo han abandonado y lo han dejado solo.
- Ah, ¿el vaquero y su hijo, las vacas? ¿Por qué le molestan?. ¿Los ángeles que eran los pastores, son sus enemigos? ¿También los fantasmas en forma de vacas que me advertían de no cruzar la vereda?
- ¿Qué hay del otro tipo?
- No sea hipócrita. Es usted, ¿no es así?
- Así es. Dijo sonriendo maliciosamente. Nunca debió haber venido a este lugar, se lo advirtieron en el cementerio y los guardianes de este campo. Es usted un tipo necio y va a tener que responder por eso.
- ¿Qué es esto? ¿Me amenaza? ¿Cree que le temo? ¡Váyase al diablo!
- Se cree muy listo, ¿eh?
- No señor, sólo tenía que llegar a la verdad, que me llamaba. No importa hasta donde se llegue si es para dar con la verdad. No importa el extremo y cuán radical se pueda ser. Vale la pena hacerlo y morir por eso si es preciso. Es como morir por amor aunque la gente diga que uno ha muerto de frío. Es tan dulce la libertad que otorga la verdad que no tiene precio.
- ¿Qué ha dicho? ¿Amor? ¡No debió mencionar esa palabra! ¡Maldito sea! ¡Maldito usted también!…

Mientras discutíamos, nos habíamos detenido antes de cruzar el portón de la salida. Vi que estaba mi esposa afuera en la orilla de la carretera y me esperaba pacientemente, intrigada e inquisitiva.
Al irritarse el cazador oscuro pude separarme y cruzar con serenidad el dintel.
El hombre se alejaba maldiciendo y profiriendo amenazas.
Nunca sentí temor alguno.
Al salir y llegar a ella, la abracé emocionado. Estaba preocupada:

- ¿Qué hacías ahí parado, Sebastián? ¿Qué haces aquí? ¿A estas horas? ¿Por qué hablabas solo? ¿Estás loco o qué?
- ¿Qué? ¿No viste al pobre diablo ese? ¿Eh? Ah, caray. Perdóname Ángela. Pero, ¿Cómo llegaste hasta aquí? ¿Cómo diste con este lugar y a esta hora?
- Ah, pues recibí el mensaje que me mandaste con el anciano y un chamaco; unos que andaban con bastantes perros callejeros. Me dijeron que tenía que venir rápido. Primero no les creí nada, aparte de que era muy temprano pero cuando me hablaron por mi nombre y luego el tuyo, tuve dudas. Por eso vine y te encuentro aquí hablando solo. No sé que te ocurre; me preocupas.
- Gracias Ángela. Lo siento; no te apures; sólo tenía mucho miedo a algo pero ya se me pasó; ya pasó todo, te lo aseguro.
Nos fuimos, pero ella aún me miraba preocupada pero un poco más tranquila.
-Ya se le pasará, pensé.
Nos marchamos caminando a la orilla de la carretera abrazados, mirándonos de cuando en cuando a los ojos sin hablar.
Todo era agradable y suave como una levedad inefable que resultaba de nuestra alegría.
Mientras tanto al amanecer, los fantasmas de la carretera nos miraban benévolos perdernos en el horizonte del campo camino a casa.

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