CANTO EN LA NOCHE
Para Carla, Antonio y Emiliano, por todo.
Apenas el grillo cantó y rompió en pedazos el silencio que reinaba en el campo.
Las canciones que emanaban del humilde insecto se convertían en poesías.
Poesías que a su vez se convertían en cuentos que envolvían el sueño y las atenciones a los niños que en ese momento dormían placenteramente.
Las ligas del cielo oscuro contrastaba con las aves de rapiña que merodeaban a la luna negra.
La revolvedura de las estrellas marcaban caminos blancos por donde andaban campesinos viejos que arreaban a sus bestias y cargaban con sus arados, cadenas, morrales, cruces, machetes, carrillerras, recuerdos, cuchillos y palabras de amor para sus mujeres.
Era difícil distinguir las centellas que vagaban por el río, de los pescados, de las luciérnagas y de las que poblaban la bóveda celeste. Las ranas se tragaban cometas y se iban volando con ellas para no volver jamás.
Las ramas de los arboles cantaban canciones de cuna a las criaturas recién nacidas en el mundo, prometiéndoles nidos como abrazos, como mudas promesas de nunca ser abandonadas y los volcanes apagados temían despertar de su letargo y hacer erupción en esa noche suave y dulce como el canto de la sirena en los arrecifes.
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