5.11.03

CUANDO SE FUERON (fragmento)
Para Mónica de la Mora, con afecto.

Cuando corrimos, lo hicimos sin cesar.
Me agarraba el pecho, porque pensaba que el corazón se me iba a salir del puro miedo. Luego, cuando acordé, me encontraba solo.
Imaginaba que si volteaba, al instante seria golpeado o atacado sorpresivamente por mis perseguidores infames. Así que decidí seguir corriendo hasta que me sintiera seguro; quiero decir que hasta donde aguantaran mis piernas y mis pulmones. En ese momento maldecía mi gusto por fumar desmesuradamente y desvelarme igualmente sin control. Creía que no corría lo suficiente, sin embargo, no sentía el piso; al que parecía que apenas si rozaba con la punta de los pies y eso que estoy pasado de peso...

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Ya no sentía ningún rencor, sólo el deseo de escabullirme y esfumarme como si fuera un fantasma sorprendido por el amanecer.
Aquél día me llené de ira y por eso busqué a mis dos cuñados. Aunque no nos llevábamos bien desde que me casé con Beatriz –de eso ya hacían quince años - pero el momento nos solidarizó.
No había de otra. No pude soportar el hecho (aún no lo podía entender ni creer, me quedaba pasmado pensando impávido, hora tras hora durante las madrugadas posteriores, tal como si fuera un autómata).
También hablaba en soliloquio y perdía fácilmente la concentración cuando estaba en el trabajo o con mis amigos y a mis familiares les daba una estúpida lástima.
No pasaron ni quince días después que mataron a mi mujer y a mis dos hijas, cuando me despidieron y mis amistades me abandonaron un poco antes. Mis familiares siguieron compadeciéndose de mi.

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Me enteré del asunto y de sus responsables por varias fuentes, al igual que los dos hermanos de Bety se enteraron por algunos testigos oculares y soplones. No puedo dejar de recordar...

Aún la oigo cuando me invitó a acompañarlas ese día a la fiesta de su sobrino:

- No hija, ya sabes que no soy bien recibido ahí y no quiero hacerte pasar un mal rato


-¡Ándale Tacho!, ya olvídate de esas cosas. Nomás no les sigas el juego y se acabó. Yo me encargo de lo demás. Además hazlo por las niñas...
-¡Por eso mismo!, porque lo hago por ellas, no voy porque quiero que se la pasen bien, ¡total!...No te preocupes por mi, mujer, además debo revisar unas cosas pendientes. Por cierto voy a la tienda, ¿no quieres algo?.
- Está bien...ah, no, no viejo, o bueno, ahí lo que haga falta...¿Sabes?, ¡a veces como extraño al niño que no tuvimos!...
- Ah, otra vez con eso... pero bueno tomamos la decisión de tener sólo dos hijos y no llegó el niño, es verdad que es una lástima, pero con las niñas, soy muy feliz.
- Bueno Tacho, ya está. Estas niñas ya están desesperadas. Nos vamos, porque de seguro ya comenzó la fiesta... Adiós viejo... ¡Niñas, despídanse de su Papá!...
-¡Adiós Bety, diviértanse!... Adiós mi’jitas, pórtense bien... ¡No vayan a llegar tarde, adiós!...

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¡Sí, sí! , ¡ya voy!... ¿Sí?, ¿Quién es?... ah, si, ahí voy... Grité nervioso al oír los fuertes golpes a la puerta y luego de reconocer que eran mis cuñados, causándome desconcierto.

-¡Cuñado!, ¡abre!...¡abre!...
- Federico, Rodolfo, ¿qué sucede? ¿y esas caras?... ¿Qué paso cabrones?, ¿Se trata de ellas, verdad?, ¡Díganme lo que paso!, ¡Díganmelo ya!...

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Cuando llegamos, no lo podía creer. Las imágenes hablaban por sí solas. Me estremecí y después corrí como caballo desbocado, hacia donde estaban los cuerpos de ellas... Trataron de sujetarme en vano tres tipos, pero los tres fueron a parar al suelo y quedaron derribados.
Estaba muy alterado y mi espíritu, totalmente quebrado.
Luego de un rato que me sosegué junto a ellas, los paramédicos y agentes, debían separarme de los cuerpos inertes para llevárselos y proceder conforme a lo estipulado y previsto por las leyes, así para ello recurrieron a la fuerza, ya que me sujetaron duramente entre varios guardias. Aullaba lastimeramente sintiendo un insondable y profundo dolor, que hasta daba lástima...
Aunque no entendía con claridad lo que sucedía, no hacía falta. De sobra captaba que todo había acabado para mí...
El tiempo corría con una cruel lentitud. No tenía la capacidad para observar lo que ocurría al rededor mío, durante el velorio. Rostros iban y rostros venían, todos ellos rostros oscuros sin forma, se acercaban y me hablaban algo ininteligible...
Me pareció una eternidad, el transcurso del triple entierro y al mismo tiempo, un trago demasiado amargo que embargaba desde ese momento mi existencia.

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Cuando leí el peritaje oficial, me exalté.
Decía:
“Un auto fantasma arrolló raudamente a miniauto, causando la muerte a tres personas. Los responsables se dieron a la fuga...”. Palabras más, palabras menos. De inmediato espeté.
- ¿Fantasma?... ¿a la fuga?... ¿esto es una broma de mal gusto?... ¡Hijos de la Tiznada!, pero si todo mundo sabe quienes fueron... ¡Si fueron sus jefes!, ¡fueron sus jefes, bola de cabrones corruptos bien hechos!, ¡hijos de su mal dormir!...
- ¡Cállese!, ¡Cálmese!, ¡Cállese la boca si no quiere que lo encierre!, ¡Aquí nadie viene a gritar!, ¡ y mucho menos un idiota como usted!...
- ¡Qué no lo ve!, ¡qué no lo entiende!... ¡Cumplan con su deber!... ¡Agarren a esos pájaros de cuenta!... Le voy a decir una cosa, tres inocentes murieron esta vez. ¡Ahora mucha gente afuera en la calle está amenazada con esos irresponsables en libertad!, ¡Maldita sea!... Atrápelos en el acto, hagan justicia. Demuestren que verdaderamente hay justicia...

El funcionario del ministerio público, le pidió a mi abogado que se acercara y algo le susurró a éste. Entonces el agente se volvió y dijo:
- Por esta vez pasaremos por alto sus infamias. Por lo visto, usted está afectado psicológicamente por las considerables perdidas que ha sufrido... Así que márchese de inmediato, porque si vuelve a abrir la boca, ¡lo encerramos!...

Acto seguido, mi abogado se acercó y me pidió que lo mejor era guardar silencio para no empeorar las cosas. Me pidió que nos fuéramos a su despacho para pensar con debida calma, cómo proceder.
Una vez afuera, cuando salimos me dio dos tarjetas de otros abogados que me sugería, ya que no le iba a ser posible llevar el caso de mi familia, según dijo...
Rompí las tarjetas diciendo que no quería nada de él. Le respondí que no hacía falta y que no me sorprendía, pues todos son de la misma calaña y bastante predecibles. El tipo se fue sin decir “esta boca es mía...”.
Me dio igual. Sin embargo, nada apagaba la ebullición de mi sangre. Me sentía perdido y completamente solo, por no decir desamparado...
Cuando llegué a la casa o a lo que quedaba de ella, afuera me esperaban mis dos cuñados. Ahí estaban Federico y Rodolfo con el rostro oscuro y decaído. Ambos recibieron mi saludo y respondieron extendiendo su mano. Los invité a pasar para tratar el asunto.
Al igual que mis cuñados, me sentía con un odio infinito contra todo. Le comenté que ni siquiera los periodistas habían dicho la verdad. Estos y los funcionarios se alinearon con la parte oficial...
- ¡Como siempre!. Dijo uno de ellos.
-¡Auto fantasma, auto fantasma!...¡Todos ellos son unos fantasmas miserables!. Grité.
- Por eso hemos venido Anastasio. Tienes la ultima palabra... Muy bien así lo haremos.
- El martes, de acuerdo. Aquí nos vemos para afinar detalles.

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Me desperté temprano y procuré dejar las cosas en orden.
Cualquier cosa podía suceder. Luego de preparar algo de café, fui a la sala y miré de reojo el retrato de ellas. Dejé la taza , tomé la mochila y salí a toda prisa, para no detenerme a pensar y no titubear.
Me sentía nervioso pero ya estaba decidido, no me importaba y ya no había vuelta de hoja.
Me esperaban ya puntualmente, en el lugar convenido.
En seguida nos pusimos en marcha mientras repetíamos nuestro plan ideado y la forma en que íbamos a operar. Les dije que había conseguido todo y que estaba listo, mientras que seguíamos repitiendo nerviosamente, una y otra vez el plan.
Faltaba una hora y media para el amanecer cuando almorzábamos en una fonda de la zona vieja, en donde los mercaditos cercanos a la aduana marítima, a un costado del río Tam'zat'ha.
Se comenzaba a ver el resplandor. Desde donde estábamos, había una buena distancia de la desembocadura al mar. Sin embargo, me entraron unas ganas enormes por ver el amanecer cerca del faro en las escolleras . Pero me tuve que olvidar del asunto, no había tiempo para detalles. El destino o la realidad apremiaba. Hasta ese momento comprendía el valor de las pequeñas cosas.
- ¡Vamos, que ya es hora de aproximarnos!
- Si, ya voy.
Cuando llegamos a la plaza de Armas, era media mañana y ‘El Trompo’ ya estaba abierto. Nos sentamos y pedimos frutas frescas, cuando de pronto pasó corriendo una ardilla y con toda agilidad pegó un brinco hacia el árbol más cercano. Uno de mis cuñados estaba desprevenido y el susto lo hizo estremecerse que casi cae de la silla. Aunque fue muy gracioso el hecho, sólo nos limitamos a reír.
Había una sensación densa y desagradable en nuestro ambiente pero estábamos decididos en no dar marcha atrás.
En ese momento, dejábamos de conocernos y no sabíamos nada de nadie. Llegaba la hora de la separación y dejábamos de tener parentela, ahora sí, completamente.


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