5.11.03

CAMINO
Al maestro rural de primaria, desconocido.

A Josefina, Auandar, René, Sergio y Tere.


Camino rumbo a la vereda que lo saca a uno de la rivera del río y voy para mi casa.
Vivo en un poblado de la serranía.
Venía de lavarme la cara luego de la jornada del día en el corte en el cañaveral.
Voy para mi pueblo que queda cerca. Mi pueblo se llama San Capatin Wiitzen, pero de cariño le decimos ‘Capa’. Ahí está mi casa.
Tengo una hortaliza y un chiquero para la engorda de ‘animalitos’ para sacar algo de dinero y de comida.
Tengo una linda mujer y ella me tiene a mi. Juntos, tenemos un ‘Chilpayate’ que en compañía nuestra se ríe de la vida; ellos me esperan precisamente ahora en la casa, para cenar.
En la casa también hay un loro viejo y un perro enano, achacoso, llamado ‘matón’; más flaco que un zancudo, que cojea, que menea la cola cuando llego y le ladra a los desconocidos que pasan en bicicletas.

Cuido un viejo rancho cañero que mi abuelo me dejó hace mucho cuando aún era maestro de primaria, allá en la ciudad.
La ciudad se llama San Serafín Tzaleem y es una de la más grandes de la región.
Está cerca de aquí, a unos 30 minutos; casi todos se van para allá pero como muchos otros que se han quedado, aquí estoy contento en mi pequeño pueblo.

Ahora estamos en plena zafra.

Ahora que ando caminando con mi güingaro, voy tronchando plantas que están muy salidas al camino y estorbosas. De cuando en cuando pasan automóviles con bañistas de la ciudad que van río arriba, según porque está más bonito. De cuando en cuando pasan camiones cargados de obreros que vienen del corte en otros cañaverales. De cuando en cuando pasan camionetas de transporte ejidal cargadas de pasajeros que apenas caben parados y que van pueblo arriba. El camino está todo regado de trozos de caña quemada que se les cae de poco en poco a los camiones que la transportan.

Todos los demás compañeros que trabajan conmigo en el corte –con quienes había estado tomando aguardiente- ya se han ido pues ellos viven en rancherías distintas y yo soy el único que vive en ‘Capa’.

Ahora mismo atardece y se ve rojizo el cielo en el paisaje. Las aves que van a buscar sus refugios sobre árboles y cuevas para pasar la noche, me hacen recordar muchas cosas. Como un sueño que tuve sobre dos muertes que acontecían; luego de ese sueño –un par de días después -, han muerto dos personas cercanas a mi. No lo puedo entender ¿cómo guarecerse de la noche de la muerte? ¿a dónde subirse o a dónde meterse para que no te pesque desprevenido? No lo sé. Sólo sé que dos personas mías se han ido como aves en el atardecer del día de la vida.
Otra cosa que me hacen pensar las aves, que van sin rumbo aparente, es lo casual de su paso.
Al pasar cerca me invade una alegría en el corazón que no cambio por nada. Que gusto toparse con parvadas silvestres que van a algún lado; qué suerte tengo de verlas pasar; mirarlas que se van y quién sabe si volverán.

Lo mismo me pasa cuando veo que las indígenas arriban al pueblo o a la ciudad.
Me asalta un gusto que no puedo explicar.
Son como aves silvestres, aves raras, que iluminan nuestras calles y le dan otro sentido al ambiente. Cuando las miro pasar con sus niños en las espaldas y cargadas hasta las ‘cachas’ de mercancía –tamales, escobas, cuyos, sillitas, petates y cestos de palma, nopales picados, etcétera- y con cubetas en la cabeza que con toda diligencia y equilibrio cargan, me siento afortunado y triste.

Cierto día que las vi, me sentí afortunado y triste porque me alegró ver el ejemplo que nos dejan y porque aunque les haya dado un queso a cambio de una escoba o de otra cosa, no se puede aliviar ese dolor que se mira adentro de sus ojos. Ese dolor que viaja sin rumbo aparente, que las mueve a ir de un lado a otro en espacios ajenos a ellas; espacios que no entienden; espacios que las discriminan o las ningunean; espacios que las hacen invisibles.
No puedo modificar eso a pesar de un queso de bola a cambio de una escoba - que rechacé.
No puedo arrancar la tristeza y el dolor de mirar al niño en la espalda de la mujer, que no ha comido. Ésta en cambio no quiso el queso porque a su hijo no le gusta - lo quería para él. La otra mujer si quiso el queso y lo guardó.
Cuando ellas se fueron, me parecieron como mágicas luciérnagas de colores que viajaban por el campo al amanecer, buscando su guarida tratándose de irse lo antes posible.
Me sentí afortunado de toparme con ellas y me cambiaron el día.
Radiantes seres que emanan una felicidad a prueba de infortunios, que van pasando como estelas brillantes que no tienen nada pero lo tienen todo y que no conocen la soledad. Radiantes seres silvestres que aun siguen unidos al corazón de la naturaleza y de la tierra, que no saben lo que es el futuro y que sienten las raíces de su pasado.

¿A dónde irán? Qué suerte tengo de verlas pasar; mirarlas que se van y me pregunto si habrán de volver.

Ave de la vida que vuelas sobre los matorrales y los muros de los cañaverales. Sobrepasa la niebla de las dudas y la incesante lluvia fría que moja tus plumas.

Aléjate del sueño del atardecer y del desierto color concreto de la ciudad tartamuda que florea suciedad y horrores de hipocresía, bañados de cinismo y de prejuicios.

Aléjate ave viajera en esta tarde, de los colmillos de la noche.

Aléjate de los aguijones de la oscuridad que con sus temblores descarga ponzoña contra las alas de tu libertad.

Aléjate ahora que ya se ha ido el sol.

Mi camino sigue regado de pedazos de caña y a lo lejos se ve mi casita, mi refugio de la noche. Atrás va quedando el atardecer y las estrellas anuncian la venida de un sueño nuevo que cobija el viento frío de esta noche triste, llena de murciélagos, quienes dibujan cientos de líneas en el cielo.

Pero mi refugio de la noche está rodeado de flores; de pequeñas y sencillas flores que iluminan mi vuelo en este camino largo hecho refugio, desde donde miramos pasar las estelas centellantes y a las luciérnagas vagar mientras ‘el matón’ le ladra a los ruidos que se esconden en la oscuridad, cuando en la lejanía del horizonte, se alcanza a ver el reflejo brillante en las nubes de los agrios ronquidos de la ciudad.




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